Ideologías y Perfiles en América Latina


Ideologías y Perfiles en América Latina

Por Damian ToschiAnalistas e intelectuales coinciden que, en consonancia con el mayor proceso de crecimiento económico de la historia regional, buena parte de América Latina, al menos desde el último lustro, está bajo el influjo político de gobiernos de izquierda o progresistas. En el excelente libro La Nueva Izquierda, José Natanson coloca a la administración Kirchner en esta categoría y suma a Brasil, Uruguay, Bolivia, Venezuela Chile, Ecuador y Uruguay.Retomando al sociólogo chileno Fernando Mires, el autor sostiene que “una izquierda sin derecha es, además de una imposibilidad geométrica, un absurdo político”. Y citando a Norberto Bobbio, afirma que la diferencia entre izquierda y derecha está dada por la posición frente a la desigualdad. Mientras la izquierda toma la lucha contra este flagelo como piedra angular de su accionar político y discursivo, la derecha la considera algo natural, inherente a la condición humana.Más allá del dualismo planteado, las naciones latinoamericanas, en función del perfil político de sus mandatarios – emanados todos de la democrática voluntad popular – pueden agruparse en tres espacios ideológicos. La centroderecha aglutina a Álvaro Uribe y Felipe Calderón, de Colombia y México respectivamente. Ambos mantienen una alianza geopolítica y comercial con EE.UU. como eje de su política internacional. Esta situación, sumada a cuestiones económicas y de seguridad interna, los ubica a la diestra. Asimismo, puede inscribirse en esta línea el Perú de Alan García.En la extrema izquierda se alistan Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Con matices y estilos propios, los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador se definen antiimperialistas, utilizan la confrontación una herramienta de construcción política y administran el poder económico e institucional con una lógica populista que fomenta el odio de clase y la consecuente división social.En estás tierras, el oficialismo promueve cuestionables reformas constitucionales o, como en Venezuela, iniciativas que buscan y logran la perpetuación en el poder. En estos países no hay medias tintas: el tejido social está fragmentado prácticamente en partes iguales entre oficialistas y opositores.Sin ahorrar críticas a medidas puntuales, Lula Da Silva, Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez y Fernando Lugo son referentes de un espacio de centroizquierda moderado. Brasil, Chile, Uruguay, y en menor medida Paraguay, han mostrado crecimiento y desarrollo sostenible en los últimos años. Sus líderes renuncian a enfrentamientos ideológicos y discursivos con potencias extranjeras, así como a alianzas con poderes reaccionarios y demagógicos. Apuestan al multilateralismo, la integración regional con apertura económica y la sensatez política.Ahora bien, vale preguntarse cómo ponderan dirigencia política y sociedad argentina algunos de los dirigentes y procesos que se dan en países limítrofes. Y segundo, cuál es el encuadre ideológico del kirchnerismo.Desde aquí se valora a Lula Da Silva y su rol de estadista, pero difícilmente políticos y votantes concreten la llegada de un obrero a la presidencia; se invoca a la Concertación chilena, aunque la dirigencia política interna no renuncia a personalismos e ideología a fin de hacer posible una experiencia similar. Evo Morales logra adhesiones locales por sus medidas y estilo de gestión, pero un indígena argentino tiene pocas o nulas posibilidades de conquistar la voluntad popular y llegar al poder. El Frente Amplio uruguayo es un armado anhelado por políticos y gran parte de la población, aunque parece poco viable que, tal como ocurre con José Mujica, nuestro país tenga un candidato a vicepresidente de la Nación que antaño fue referente de la lucha armada; Lugo y su ideal socialcristiano despierta simpatía, pero no es factible que el modelo del ex cura tercermundista pueda importarse a las pampas.Las contraposiciones son evidentes: se reivindican figuras y propuestas de países linderos y, sin embargo, intramuros, dirigencia y sociedad no logran cristalizar ese proyecto de largo aliento que, con aciertos y errores, tiene lugar fronteras afuera.Por otra parte, si se toma la tesis de Bobbio a pié juntillas, probablemente el proyecto político iniciado en mayo de 2003 en nuestro país sea de izquierda. Pero si se analizan variables puntuales la cosa cambia. En materia económica, la lógica imperante ha preservado el status quo. Quedaron en evidencia la manipulación de datos estadísticos y las falencias de un modelo que, aun con números macroeconómicos favorables antes de la crisis financiera internacional, no ha introducido – por indecisión o incapacidad – cambios estructurales en el sistema. Estas circunstancias consolidan, obviamente, una matriz conservadora del Estado.El plano político se debe considerar desde la perspectiva bifronte, es decir, externa e interna. En el primer caso, emerge la alianza con Chávez y los casos de corrupción que de esa relación derivan; los recelos de liderazgo con Brasil y la destemplada relación bilateral con Uruguay. Internamente, no hay que perder de vista las disputas clasistas planteadas en torno al conflicto; el desprecio del poder central por la oposición y los partidos políticos, la sobreactuación en materia de Derechos Humanos y la idea de disciplinar al periodismo desde la pauta oficial.En consecuencia, si se piensa el kirchnerismo en clave latinoamericana, y aun fuera del escenario continental, se advierte una palmaria disociación entre discurso y praxis política. Por está razón, conforme a los principios de la teoría política, el peronismo patagónico encarna un típico caso de populismo de derecha con retórica de izquierda.Con todo, América Latina presenta gobiernos de ideologías, perfiles y estrategias de gestión marcadamente disímiles. Sin embargo, son los Estados guiados por la coherencia y racionalidad política de sus mandatarios los que mayores ventajas comparativas obtuvieron en los últimos años de bonanza. Argentina, por negligencia y prepotencia gubernamental, quedó relegada en la carrera del crecimiento con equidad, el desarrollo y la calidad institucional. Es hora de empezar a trabajar.