Bufones de la corte


Mis lectores saben que, probablemente, dentro del equipo de Medios Lentos, quien más experiencia tiene produciendo el tipo de sátira insolente que publica la revista Charlie Hebdo es este servidor. Lo hice regularmente por radio, durante cinco años. Lo hice también durante dos años en un semanario izquierdista de mi país (Claridad). Sé que le levantaba ronchas con cada columna que escribía a uno que otro independentista ortodoxo – de esos que sugiere usar las armas para liberar a mi país a la menor provocación (o con cuatro tragos encima). Curiosamente, los independentistas boricuas que purgaron cárcel (algunos por décadas), los que dispararon armas para hacerlo en su momento, eran los más abiertos a mis comentarios, y los que más disfrutaban mis pocavergüenzas. Alguno que otro me sugirió frases para inducir al shock a mis lectores. Ellos saben que hay cosas peores en este mundo que recibir una burla en una columna.

Confieso que, mientras hacía sátira, recurrí mucho a la autocensura. La autocensura tiene dos vertientes: una es de respeto – no ofender símbolos venerados para la audiencia a la que le escribo. La segunda es de temor: temor a pasarse el resto de la vida explicando posturas propias en vez de expresar puntos de vista, o recibiendo ataques gratuitos de quien no te entiende, o –peor aún- ser estigmatizado por las razones incorrectas. Los gestores de Charlie Hebdo procuraron nunca autocensurarse, así el resultado repugnara, o hiciera hamburguesas de vaca sagrada. Así les costara la vida, lo hicieron. A eso aspiramos todos los que queremos provocar al mundo hasta pensar –unos con más valor que otros, incluyéndome.

He leído a varios intelectuales de mi país horrorizados con el respaldo a Charlie Hebdo. Que si los artículos de la revista eran racistas, sexistas, xenófobos y/o blasfemos, ofendiendo a todos por igual (punto muy válido, si bien subestima la capacidad del ser humano pensante de tolerar lo desagradable). Que tenemos que entender las pretensiones de otros dos tipos de censura –la guerra y la violencia racista- que el mundo islámico tiene que soportar de parte de Occidente. Que no podemos reconciliar dos visiones totalmente opuestas de mundo sin que una de las dos ceda. Hay quien entonces recurre a decir que los gestores de Charlie Hebdo “se lo buscaron.” ¿Como la mujer “que se buscó” el ataque sexual por la minifalda que llevaba puesta? ¿Cómo “quien se buscó” el asalto a mano armada por caminar de noche por un lugar público? ¿Es ésa su idea de la libertad, que solo seas libre bajo las condiciones que impongan los violentos o los cortos de mente?

A tales críticas, yo respondo de la siguiente forma: los trogloditas medievales que perpetraron el ataque de París no solamente pretendieron matar a quienes ofendían a aquello que consideraban sagrado, sino que pretendieron que Francia entera se autocensurara. (¡Francia, por Dios!). Su pretensión – y la de cualquier censor- es empezar por lo brutalmente obvio, continuar por lo ofensivo, y continuar hasta producir una sociedad donde todos piensen igual. Y donde todos piensan igual, nadie piensa mucho.

Al escribir estas líneas, veo que la dirección superviviente de la revista ha decidido lanzar su edición correspondiente a esta semana, como de costumbre… y aumentar su circulación dieciséis veces. Manifestaciones multitudinarias protestaron el ataque, tanto en París como en Marsella y en otras ciudades. Las luces de la Torre Eiffel se apagan en protesta. Liberté, Egalité, Fraternité, connard!

Además, los bufones de la corte de unos cuántos países nos hemos levantado en armas –las de nuestro teclado, nuestro lápiz, nuestros lienzos virtuales. El flujo de escritos, caricaturas, comunicados de prensa, y demás manifestaciones de solidaridad con Charlie Hebdo no cesa. Sabemos todos, vengamos del país que vengamos, que dependiendo del país, algunos tendremos más suerte que otros tratando de sacar a nuestras audiencias de su zona de confort. Pero todos tratamos de desterrar prejuicios, patrañas y estupideces ampliamente difundidas, y a veces reforzadas en la psiquis colectiva de nuestros pueblos con ayuda de propaganda oficial o extraoficial. Algunas de esos pensamientos pre-procesados son, precisamente, el mayor obstáculo al progreso de nuestros países… y como tales, consideramos un honor confrontarlos. Y si por el camino sacamos risas haciéndolo, lo seguiremos haciendo con mucho gusto.

Si los radicales irracionales querían acallar a Charlie Hebdo, ahora tendrán que lidiar con todos aquellos que usamos la sátira como desarmador de las ortodoxias de este mundo. Buena suerte matándonos a todos.