Adrenocromo ¿droga o quimera?


Adrenocromo ¿droga o quimera?

Fotografía: Jong Ki Love
Fotografía: Jong Ki Love

Si hay una leyenda sobre drogas de dimensión planetaria esa es la de las calcomanías con LSD. La mitología cuenta que unos camellos se dedicaban a vender (o regalar) a la puerta de los colegios pegatinas adhesivas con dietilamida de ácido lisérgico para captar adolescentes y llevarles hacia las garras de la alucinación sin fin. Un día aparecía un grupo de padres de Valladolid que alertaba sobre las calcomanías diabólicas. Poco más tarde era una supuesta directiva de las Fuerzas de Seguridad. Y esto ocurría aquí, en EEUU y en la Conchinchina. Qué más da si el promotor del bulo era un guardia civil de provincias o una madre aburrida. El mito se alimentaba de la ignorancia, o la mala fe. Ambos desconocían que los auténticos tripis son papeles secantes con algún dibujito colorista -el Panoramix causó furor en los 90- impregnados con LSD. Pero una cosa son los tripis del mercado negro y otra las calcomanías inofensivas ya sean de Naranjito o Mickey Mouse.

Lo mejor es que después llegaron potentes psicoactivos como las hebras de plátano, la pasta de dientes, las alas de mariposa, la tela de araña, los excrementos secos de paloma y hasta el adrenocromo (un compuesto derivado de la adrenalina humana), la última quimera en drogas psiquedélicas.Yo, sin catar na de na, me he pasado tres horas divertidísimas -e instructivas- con el último libro de Eduardo Hidalgo, ‘Adrenocromo y otros mitos sobre drogas’ (Amargord Ediciones), que en pocas semanas estará en las librerías y que por su interés vengo a resumir en este blog. Lo digo con el corazón, su lectura debería ser obligada para delegados del Plan Nacional sobre Drogas, tertulianos ex alcohólicos y policías de narcóticos. Pero sobre todo, para aquellos que alguna vez sintieron la atracción fatal del pegamento.Eduardo Hidalgo (Madrid, 1970) es psicólogo, master en Drogodependencias por la Universidad Complutense, coordinador de Energy Control (Madrid) hasta 2009 y miembro del comité científico del Instituto para el Estudio de las Adicciones. Y aún hay más, cuenta con una dilatada experiencia directa en el consumo de al menos medio centenar de sustancias psicoactivas. No quiero ocultar que encima escribe como Dios. “Es esa mezcla entre Eduardo Punset y Chiquito de la Calzada su rasgo más particular y el que hace que devorar sus escritos sea un placer”, explica en el prólogo el médico Fernando Caudevilla.Lo que hace Hidalgo es comprobar en su propio organismo -cerebro incluido- que tienen de ciertas las leyendas más extendidas sobre algunas drogas. Así, si tiene que pegarse calcomanías de sus hijos en el brazo para comprobar si colocan, lo hace. Si tiene que fermentar heces y orina humanas para luego inhalar sus gases, lo hace. A la droga de los excrementos la llamaron en los 90 jenkem, fue supuestamente descubierta por un periodista de Zambia en 1995. Decía que los niños de Lusaka se ponían finos con la caca. La noticia fue rebotada más tarde por la BBC y llegaron a darse casos en EEUU, que resultaron inventados. Eduardo ha probado a inhalar los gases resultantes de esa mierda y las cantidades de metano no dan ni para producir un efecto asfixiante.Si tiene que sintetizar LSD con cervezas Foster’s, pues se pone a ello sin demora. En internet circula una receta hace años sobre cómo fabricar ácido alucinógeno haciendo hervir la cerveza australiana. Al estar hecha de centeno serviría para extraer alcaloides con el que se monta la LSD. Tres y cuatro horas cocinando la birra y el autor se dio cuenta de que allí no pasaba nada y que encima en la etiqueta ponía que Foster’s está hecha de cebada malteada, y no con centeno.Y si hay que pillar adrenocromo (compuesto producido por la oxidación de la adrenalina), pues allá va él y monta un pollo terrible hasta que consigue comprar y enchufarse una droga inquietante que aparecía sutilmente en La naranja mecánica (Anthony Burguess) o en la novela (y luego en la película del mismo nombre) Miedo y asco en Las Vegas (Hunter S. Thompson), y que fue citada y estudiada hacia la mitad del siglo XX por distintos científicos y psiquiatras. Solo se conoce un uso médico, reducir el sangrado y las hemorragias tras una operación quirúrgica, y decenas de relatos de mitología drogofílica.Todo se salió de madre hace catorce años por culpa de Miedo y asco en Las Vegas, la película de Terry Gilliam donde a la pareja formada por Johnny Depp-Benicio del Toro solo le faltó meterse por la uretra las fichas del casino para llegar a un colocón de cinco estrellas. El periodismo gonzo es así. En un momento de su viaje, Duke (Deep) se mete unas gotas de adrenocromo extraído de la glándula suprarrenal de una persona viva.Más allá de esta ficción están las declaraciones autobiográficas de Arizona Wilder, una ex miembro de los Iluminati que en su particular cuelgue sostiene que los reptiloides (claves en cualquier conspiranoia) necesitan más y más adrenocromo. ¿Cómo hacer que salga por el torrente sanguíneo? Con largas y dolorosas torturas. Madre de dios. Satanismo, canibalismo, ufología… el adrenocromo navega y nadie sabe dónde está ni qué hace.Las investigaciones de los años 50 se quedaron en que esta sustancia producida por el cuerpo humano era psicoactiva y podría tener relación con los mecanismos de la esquizofrenia. Hoy, hay quien vende adrenocromo por internet como si fuese el último y más potente alucinógeno. La comunidad científica no tiene mucho interés en esta materia y algunos psiconautas solo describen “un dolor en la cocorota, insufrible e intermitente” que puede durar hasta siete días. Pero volvamos a Eduardo y sus ensayos. En una web consiguió un antiguo bote farmaceútico con ocho comprimidos de supuesto adrenocromo procedente de Pontevedra, pero necesitaba sustancia más nueva, elaborada en la actualidad. Otro proveedor le suministró adrenocromo semicarbazona. Su conclusión tras ingerir 300 miligramos por vía sublingual no tiene desperdicio: “deja al consumidor en un estado idóneo para realizar labores domésticas, no mostrando incompatibilidad alguna con las siestas”, “es una soberana mierda en términos psicoactivos”.El 18 de octubre de 2011 recibió adrenocromo del bueno. Tras consumirlo, Hidalgo puede asegurar sin temor a equivocarse que esta sustancia moduló su estado de ánimo y su procesamiento mental; provocó ligeros dejes paranoides semejantes a la psicosis, y “carece de interés alguno como droga recreativa: aparte de que la adquisición con plenas garantías de calidad resulta harto cara y complicada”.Como sostiene Caudevilla en su prólogo, las historias falsas o de dudosa veracidad sobre drogas suelen ser ejemplarizantes, “pretenden transmitir el mensaje de que la única relación posible con las sustancias psicoactivas es aquella que acaba en dependencia, daño físico, enfermedad o muerte”, y tienden a adecuarse a otro mito judeocristiano: “el del castigo a Eva tras tocar el único fruto que Dios le había prohibido”.Lo maravilloso de este libro son los relatos de autoexperimentación. Pocas expertos en drogas hablan desde el saber, quizás porque a alguno se le caerían los palos del sombrajo. “Si Eduardo hubiera querido desmontar el mito de Ana Obregón, acudiría a su cirujano plástico, se haría implantar un par de prótesis mamarias tamaño XXL y cogería el siguiente vuelo Madrid-Tombuctú. Incluso es probable que pidiera a la azafata si pueden descomprimir un poco el avión para ver si así consigue que le exploten las tetas”. Caudevilla resume así la habilidad de Eduardo Hidalgo. Yo solo puedo decirles que a Jong Ki hola Love, el ilustrador de este blog, se le ha ido la olla o es un illuminati. Feliz regreso a la rutina.AutorAlberto GayoAdjunto al DirectorRevista InterviúFuente: http://blogs.interviu.es/