“A clase, a clase, que llegaron los tratantes…”


Siempre he dicho que todos los días aprendo algo nuevo. Lo repetía a diario en mis doce largos años de docencia universitaria de grado; lo repito en algunos post-grados y lo escucho permanentemente.

Ahora bien, como toda regla, debería tener su excepción, y yo creí encontrarla en los tratantes: ¿qué podrían enseñarme esos delincuentes, cobardes y oscuros personajes?

Luego de varios años de militancia en estas lides, me enseñaron mucho y sobre todo, palabras…..muchas palabras de las cuales, claro está, yo tenía equivocado su real y verdadero significado.

Así pues, en mi supina  ignorancia a pesar de los títulos, diplomas y esas cosas, creía que plaza era ese lugar normalmente público, en donde los niños juegan libres sonrientes y felices, mientras sus padres disfrutan a la par y los cuidan. Pero ellos me enseñaron que es el período de tiempo que se está en el prostíbulo, variando entre 15 y 45 días. Luego se da comienzo al cautiverio.

Para mí pase era ese cartel que indicaba que se podía entrar, o ese gesto que los caballeros hacemos a las damas para darles prioridad. Pero ellos me enseñaron que es el momento en que el cliente está con la mujer en situación de prostitución o con la víctima-esclava, por lo cual la primera recibe un porcentaje, y la segunda sólo encierro, violencia y ausencia de libertad.

Encargado, me explicaron que no eran esos nobles trabajadores que cuidan nuestros edificios y limpian las veredas atentos a lo que pasa en la cuadra, sino que eran esos que llevan los libros de pases y controlan que no se escape ninguna esclava, trasladando a la díscola hacia un sector en donde un colega suyo le pega hasta que comprenda a través del derecho que les da la fuerza y sin que les interese la fuerza del derecho, que es una propiedad.

Siempre creí que la mercancía  era esa cosa que tenía valor económico y de cambio, que estaba en el comercio y tenía un legítimo dueño; ellos me enseñaron qué significa MUJER.

Creí inocentemente que mujer era esa persona que nos da la vida y a la cual los varones tenemos que respetar y cuidar, pero ellos me corrigieron: es eso que se compra y vende; se encierra y se golpea y, se le da al macho que no puede seducir una, y debe pagar por eso que no logra por sí mismo.

Para mí la droga era esa sustancia que médicos y químicos utilizan para curar nuestras enfermedades o paliar nuestras dolencias, o a lo sumo, esa sustancia prohibida por la ley. Pero no, ellos me enseñaron que es esta última, utilizada en versión estimulante de noche para que la esclava rinda más, y en versión invertida durante el día, para que ellas tengan menos capacidad física para intentar escapar.

Con Identidad, entendía que era uno de nuestros derechos inalienables, aquello que nos distingue del otro y nos hace únicos; ellos me enseñaron que es aquello que se le cambia a la esclava, con documentación apócrifa y modificación de rasgos fisonómicos.

Es decir, hay tanto por aprender de los tratantes, que no puedo cometer el pecado de la soberbia, de creer que ellos nada pueden enseñarme. ¡¡¡Y vaya que si lo enseñan bien!!!

NOTA: el presente es un fragmento de los alegatos en el juicio por Marita Verón, que terminara con la primera sentencia absolutoria de los hoy condenados, en diciembre de 2012, Tucumán, Argentina.