Mentiras de independencias. Independencias de mentiras


Ilustración: Tassia Costa
Ilustración: Tassia Costa

Eran las vísperas de un Dieciocho, como cariñosamente le dicen los chilenos a las celebraciones por la separación de su país de la corona española. Un amigo mapuche me envió un artículo cuyo título preguntaba de qué independencia hablaban, al final, los chilenos. Mi corazón de extranjero adoptado experimentó un torrente de sentimientos muy distintos a la vez.

No me acuerdo de haber sido nacionalista. En la infancia quizás, ya que vengo de una familia de tradiciones cristianas y militares. Pero, oveja negra declarada, desde las primeras señales de la edad de la razón, que a todos nos ha de encontrar un día en la vida, mis ideales se fueron perfilando a otros bien distintos a los que heredé. ¿Cómo cantar, a plenos pulmones, por ejemplo, los versos del himno nacional brasileño que dicen Si la garantía de la libertad conseguimos conquistar con brazo fuerte, si la emancipación de Brasil fue, en verdad, negociada? Es un hecho que ningún historiador pone en duda. ¿De dónde vendrá el sentimiento de pertenencia de un pueblo respecto a su patria, cuando las instancias públicas nos parecen sombras? La organización política que tenemos no refleja, ni de lejos, nuestros sueños de gente común. No suple a nuestras demandas por justicia o inclusión, sino que oficializa, legaliza la explotación de los eternos señores sobre sus mandados y su territorio. La política en Latinoamérica fue hecha por y para terratenientes. Así fue que todos los cuestionamientos, del texto que tenía en manos, provocaron en mí una pronta identificación.

Aún así – y creo que todo extranjero ha sentido algo semejante – justamente por andar lejos de nuestro hogar, nos quedamos más susceptibles a sentimientos más nacionalistas. No hay dureza de corazón o argumentos que no titubeen frente a grandes cargas de afecto. La confraternidad chilena es muy distinta a las correspondientes celebraciones bélicas, frías y vacías de sentido que tenemos en Brasil. La gente allá – o parte de ella, para ser coherente con lo que estamos presentando – vibra de manera distinta durante la semana del Dieciocho. Ellos también tienen desfiles de soldados y vehículos de artillería, desfilando en las avenidas – al igual que nosotros verde-amarillos, tampoco han dejado sus juegos – pero la real belleza y la fuerza que extrapola las casas, y toma las calles, no está allí, sino que en la hermandad, el flujo de vida que se siente y se comparte entre todos. ¡Si hasta los pacos hacen vista gorda si tomas en las calles, huevón! he escuchado más de una vez, entre risas, empanadas y copas llenas, historias y corazones cargados de alegría. Las celebraciones de independencia dan sentido a los chilenos. Y me han contagiado. Me dio mucha tristeza sentir el balde de agua fría provocado por el texto. No obstante, mucho peor fue experimentar lo profundo que es el problema vivido entre los pueblos originarios y los nuevos americanos.

El uso del artículo definido – y el periódico lo traía en destaque: los chilenos – dice mucho ya del embate: los mapuches no se consideran chilenos. No fueron invitados a participar de la construcción de un proyecto común. Al contrario, muchos a se refieren a ellos como el obstáculo que le falta a la sedimentación del Estado. Las pérdidas que ocurren en cada confrontación, sea de un lado o del otro de los embates, profundizan el alejamiento. Me acuerdo de haber leído, entre los resultados de un censo que me alcanzó allá, la simpatía de la gente en decirse pascuense, o descendente de pascuenses. Mientras se niega cualquier parentesco con los mapuches. Mismo en los países donde los pueblos originarios no ofrecieron resistencia organizada como en Chile, caso de  los demás países americanos, la pura presencia de ellos genera entrabas en cuanto a la soberanía del sistema político que les robó la autonomía. Ninguno de los indígenas brasileños puede prohibir la instalación de una hidroeléctrica, aun en el área de las reservas en que terminaron confinados. No se le han preguntado a las tribus de Venezuela, qué piensan de la explotación de las minas. La resistencia de estos pueblos nos tira a la cara toda la incoherencia de que somos capaces, toda la hipocresía enraizada en nuestra cultura dominadora, toda la violencia de nuestras instituciones.

Y aquí el punto que a todos nos costará ver, mientras no miremos más allá de nuestras diferencias: cuán dominados estamos los que nos creemos dominadores. ¿De qué independencia hablamos?

Los turcos nos han dado una lección impar, el último 15 de julio, al enfrentar, a manos limpias, la artillería insurrecta de los golpistas. La gente tomó las plazas y se subió sobre los blindados del Ejército sin que apenas se registraran disturbios, excepto en el puente del Bósforo, donde los militares abrieron fuego contra los manifestantes. Al ex presidente, Abdullah Gul, le quedó la guinda de la torta: Turquía no es un país de Latinoamérica para tener un golpe de Estado, disparó por CNN, provocando entre mis conterráneos, por lo menos, reacciones instantáneas – unas de indignación, otras de desdén. Y fue el periodista Alex Solnik que le dio nuevos tonos a nuestra pregunta fundadora: ¿Cómo pudo la población turca abortar un golpe de estado bajo la amenaza con armas, y nosotros [en Brasil] no logramos reaccionar a un golpe sin tanques ni helicópteros, orquestado por grupos políticos decadentes? Pregunta-de-un-millón.

Permítanme traer a nuestra tertulia al genio del Massachusetts Institute, Noam Chomsky,  quien describe en su libro Midia, Propaganda Política e Manipulação cómo los estados democráticos se articulan para que la nueva forma de represión se confunda con la libertad propuesta por la democracia. Sin ruidos, cañones o cualquier sombra de beligerancia, los medios periodísticos y sistemas educacionales garantizan niveles de eficiencia de control jamás logrados en un sistema totalitario. El poder se presenta siempre como altruista, desinteresado, generoso, mientras nos enreda sin que nos demos cuenta. Es lo que nos advierte el gran lingüista, histórico defensor de la autonomía.

A los que prefieren una perspectiva más literaria acerca del asunto, pero no menos contundente, les sugiero la lectura del romance El Sueño del Celta, de Mario Vargas Llosa. A través de la historia de su personaje Roger Casement, irlandés considerado héroe por unos, villano por otros, se vislumbra cómo Inglaterra esconde los horrores con que somete a esclavos en Brasil y Perú, tras la máscara publica de nación libertadora. De bonus, el Nobel de Literatura nos da elementos para entender con qué mecanismos los nobles del decadente régimen monárquico se fueron adaptando a los nuevos tiempos, creando herramientas legales y comerciales para la preservación de sus fortunas, y para la manutención de su poder político. En otras palabras, tenemos pistas para entender como viejas zorras se han hechos aún más influyentes y poderosos – dueños de bancos, de compañías marítimas, minerías, ferrocarriles, explotadores de caucho… – utilizando mano de obra barata, vendiendo, bajo la insignia del desarrollo, un sistema alternativo al pacto colonial.

Así la ola de independencias invadió a las Américas. ¿Será coincidencia el hecho de que varios países sudamericanos compartan héroes nacionales? Thomas Cochrane, por ejemplo, estuvo presente en cinco de ellos. Fundó la Armada chilena, es recordado como el escocés que salvó a Brasil, habiendo obtenido ahí el título de primer Marquês do Maranhão, hoy considerado el más pobre estado brasileño, de peores estadísticas sociales. ¿Será mero acaso, que sea justamente esta la tierra natal de José Sarney, ex presidente de Brasil entre los años de 1985 a 1990, y mayor terrateniente vivo de la república tupiniquim?

Otro de nuestros multi-héroes de independencia fue el argentino José de San Martín. Curiosamente, bajo mando español, luchó contra las tropas francesas de Napoleón en la batalla de Bailén. […] En 1811, cuando a bordo de la fragata George Canning salió desde Inglaterra en dirección al Río de la Plata, donde arribó el 9 de marzo de 1812 [leer texto completo]. Participó de batallas decisivas en Chile, ladeado por Bernardo O’Higgins, y llegó a ser presidente, no de Argentina o Chile, sino de Perú, entre 1821 y 1822.

No creo que nadie ponga en duda la motivación de estos señores. Pero ¿quién financiaba sus hazañas? Que quede claro, de antemano, que no tengo la mínima competencia para hablar de los hechos de estos u otros personajes involucrados en eventos tan importantes. Nos empuja acá la pregunta inicial sobre nuestras supuestas independencias. ¿No les parece que saltamos de una cárcel a la otra? De colonizados que éramos por España y Portugal, a endeudados y dependientes de los banqueros ingleses, ¿qué diferencias hay? Más: ¿quiénes son los que nos controlan hoy? ¿Quién nos pone las cartas? ¿A quién prestamos cuenta de nuestras acciones?

Idiotas como Donald Trump son blancos fáciles de identificar, pero todo el ruido que hace solamente ayuda a esconder las maniobras de políticos como Bill y Hillary Clinton, quienes reciben el apoyo de los banqueros de Wall Street a cambio de cierto favor: legalizar prácticas financieras que eran antes prohibidas. El sitio Open Secrets, que disemina información sobre cuentas y cifras empleadas en la política estadounidense, ha hecho un trabajo minucioso respecto al dinero sucio de campañas, sus orígenes, usos y procesos. Entre otras cosas, apunta a los grupos que más lo utilizan, los mayores donantes, y qué campañas ha financiado. En las elecciones de Perú, dos de los principales financistas de la candidata Keiko Fujimori figuran entre los Panama Papers. En Brasil, aunque no sea exclusividad nuestra, es práctica común que las mismas empresas financien, simultáneamente, a varios partidos en disputa electoral, como lo demuestra la lista de delación de Marcelo Odebrecht, una de las evidencias recogidas en la operación Lava Jato, en curso contra la corrupción deflagrada en la Petrobras.

Mapuches, chilenos, argentinos, brasileños, uruguayos, panameños, puertorriqueños, mexicanos… unos más, otros menos, somos todos prisioneros de esquemas internacionales que mantienen esta dependencia. No solamente es urgente cambiar esto, como ya hay miles de personas y grupos, trabajando en los más diversos frentes, con esta finalidad. Pero necesitamos una red aun más grande y mucho más organizada. Negar nuestra condición de dependencia, escondernos tras historias mentirosas, es negarnos las chances de articulación en busca de la autonomía.

Un buen comienzo es mapear nuestras creencias limitantes, cambiar nuestra mentalidad, y avanzar con honestidad. Somos lo suficientemente fuertes para hacer frente a estas quimeras. De nuestra capacidad de darnos las manos depende nuestro éxito, de recuperar el aliento después de las caídas, recuperar el rumbo luego de los errores. Defendámonos juntos, hagámonos firmes contra cada movimiento segregacionista, misógino, racista, xenófobo. Encaremos de frente a todo lo que nos separa, para poder mirarnos como hermanos, para curar nuestras heridas, y poder inaugurar independencias y autonomías de verdad.

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#porLatinoAmerica es un colectivo empeñado en nuestro cambio  de comportamiento y de mentalidad, por entender que, sin ellos, hasta las acciones legales, que buscan reparar deudas históricas con las minorías, pueden permanecer inocuas.

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