Insistente desazón


Ilustración: "Partida de ajedrez" de María Elena Vieira Da Silva
Ilustración: «Partida de ajedrez» de María Elena Vieira Da Silva

La Vida es una clase de Ajedrez, en que tenemos a menudo puntos para ganar, competidores o adversarios con los que contender, y en donde hay una vasta variedad de acontecimientos, buenos y malos, que son, en algún grado, los efectos de la prudencia o la necesidad de ella Benjamín Franklin, 1779.

Frank James Marshal,  estadounidense, fue unos de los grandes nombres del ajedrez mundial. Fue campeón durante 27 años, aunque sólo disputó dos matches por este título: el primero en 1909 donde venció  a Jackson Showalter y el segundo, en 1923, derrotando  a Edward Lasker. Ganó 4 Olimpiadas para los Estados Unidos y demostró su gran nivel en dos torneos quedando por delante del imbatible Capablanca: en New York 1911 y en La Habana 1913.

¿Qué lo hizo diferente a los demás? era un jugador amante del ataque y cada vez que trataba de jugar de una forma más tranquila obtenía malos resultados.

Marshall trataba de cambiar su estilo pero no lo conseguía. En la partida Levitsky-Marshall, jugada en Breslau en 1912, en el último movimiento situó su reina en una casilla controlada por 2 peones de su rival, tras esto el público se puso de pie y en medio de una estruendosa ovación comenzó a lanzar monedas de oro en el tablero. Esto se lo recuerda como la Gran Estafa Marshall, ya que sacrificó su reina para ganar la partida. Conocedor de sus limitaciones, sabía que no podía jugar largos matches con un solo rival, como su defensa era el todo o nada, hizo lo que era “moralmente” incorrecto. Desconcertando al rival.

En 1914, durante el Torneo de San Petersburgo, se  le concedió por primera vez en la historia el título de Gran Maestro de ajedrez. En 1922 creó un club que llevó su nombre: Marshall Chess Club, en New York. Hoy es uno de los clubes de ajedrez más famosos del Mundo y de los más antiguos. Su carrera profesional duró 57 años.

Marshall contó en más de una ocasión que dormía con un ajedrez de bolsillo al lado de la cama por si soñaba con alguna posición o partida, así al despertarse podía reproducirla y no perder lo que había soñado. Estaba obsesionado con aprender de los errores propios pero también ajenos.

Quien les escribe tuvo la suerte de conocer personas públicas y no tanto pero todas interesantes, entre ellas a quienes no temen sacrificar su “reina” con tal de lograr el objetivo. ¿El fin justificará los medios?

El valor pedagógico del error es fundamental para el perfeccionamiento del ajedrecista. El ajedrez es ante todo, una lucha entre dos personalidades.

Personalmente un periodista debe discernir entre la verdad y la mentira, la manipulación de aquellos que siendo pares manejan la palabra vendiendo humo. Que saben de memoria los manifiestos éticos pero no pueden llevarlos a cabo simplemente porque  entienden que cualquiera puede jugar una partida, incluso llegar a alcanzar la meta, pero muy pocos harán historia.

En los juegos entre principiantes la “falta de información” conduce a equivocaciones tan graves que cada una de ellas bastaría para decidir inmediatamente el resultado de la contienda. Claro que muchas veces el adversario no los aprovecha y la partida continúa.

Las partidas entre jugadores experimentados tienen características diferentes. Generalmente en ellas el error no es consecuencia forzosa de la complejidad objetiva de la situación, sino mayormente de la indebida postura del jugador ante ésta. Incluso en aquellas posiciones más difíciles objetivamente, los factores psicológicos tienen también un peso importante en la comisión del error.

Hay momentos en la vida de uno que tiene que decidir qué camino tomar. La desazón que continuamente nos pide seguir no comprar razones por comprar nomas.

Nos preguntamos si seguir escuchando sin mover una pieza o mandarse a ver qué pasa.

Ser solidario, dicen, sería de los actos más egoístas que existen porque el sentimiento de satisfacción que genera ayudar a otro es comparable a un orgasmo. Acoso el comunicador, el periodista no tiene que tener esa cuota necesaria de humanidad, de sensibilidad, de duda, de enojo, de dar, de dar por dar nomas.

Si fuera así, ¿cuál sería el problema?, seguramente ninguno. A veces la prudencia se convierte en defecto, hacer que no vemos para “cuidar” es un error. La desconfianza a veces  puede ser muy sana.

Y más en esta entrega.

Gracias por el tiempo y que disfruten de la partida.

A continuación les dejo un escrito de Benjamin Franklin, gran jugador de ajedrez,  que escribió en 1779 sobre este deporte.

LA MORAL DEL AJEDREZ.

El Ajedrez es el juego más universal y antiguo conocido entre los hombres; su origen está más allá de la memoria de la historia, y ha sido para innumerables generaciones el entretenimiento de todas las naciones civilizadas de Asia: los Persas, los Indios, y los Chinos. Europa lo ha tenido por algo más de mil años; los Españoles lo han esparcido sobre su parte de América, y recientemente empieza a hacer su aparición en estos Estados. Es tan interesante en sí mismo, como para que no sea necesaria la visión de una ganancia material para inducir a practicarlo; y de allí que nunca se juegue por dinero. Aquellos, por lo tanto, que tienen ocio para tales diversiones, no pueden encontrar una que sea más inocente; y el siguiente texto, escrito con intención de corregir algunas pequeñas indecencias en su práctica (entre unos pocos jóvenes amigos), muestra al mismo tiempo que puede ser, en sus efectos sobre la mente, no meramente inocente, sino ventajoso, tanto para el vencido como para el vencedor. El Juego del Ajedrez no es meramente una vaga diversión. Varias cualidades muy valiosas de la mente, útiles en el curso de la vida, podrán ser adquiridas o reforzadas con él, hasta llegar a ser hábitos, listos en toda ocasión.La Vida es una clase de Ajedrez, en que tenemos a menudo puntos para ganar, y competidores o adversarios con los que contender, y en donde hay una vasta variedad de acontecimientos, buenos y malos, que son, en algún grado, los efectos de la prudencia o la necesidad de ella. Jugando al ajedrez, entonces, podemos aprender: I. Previsión, que mira un poco hacia el futuro, y considera las consecuencias que puede tener una acción; lo que le ocurre continuamente al jugador, “Si muevo esta pieza, ¿cuáles serán las ventajas de mi nueva situación? ¿Qué uso puede hacer mi adversario de ella para molestarme? ¿Qué otros movimientos puedo hacer para sostenerla, y para defenderme de sus ataques?” II. Circunspección (prudencia, juicio), que inspecciona el tablero de ajedrez entero, o la escena de la acción, las relaciones entre las numerosas piezas y situaciones, los peligros a los que cada una de ellas está expuesta, las distintas posibilidades de apoyarse entre ellas, las probabilidades que el adversario pueda hacer éste o aquél movimiento, y ataque ésta o la otra pieza; y qué diferentes medios se pueden utilizar para evitar su golpe, o hacer tornar sus consecuencias contra él.III. Cuidado, no hacer nuestros movimientos demasiado apresuradamente.

Este hábito es adquirido mejor observando estrictamente las leyes del juego, tales como:”Si usted toca una pieza, usted la debe mover a algún lugar; si usted la soltó, usted debe dejarla ahí” y, por lo tanto, cuanto mejor se observen estas reglas, el juego llega a ser más la imagen de la vida humana, y especialmente de la guerra, en que, si usted se ha puesto incautamente en una posición mala y peligrosa, no va a poder obtener permiso de su enemigo para retirar a sus tropas, y colocarlas en un lugar más seguro, pero debe asumir todas las consecuencias de su temeridad. Y, por último, aprendemos por el ajedrez el hábito de no ser desalentados por las actuales malas apariencias en el estado de nuestros asuntos, de esperar un cambio favorable, y de perseverar en la búsqueda de recursos. El juego está tan repleto de acontecimientos, hay tal variedad de cambios en él, su suerte está tan sujeta a vicisitudes repentinas, y uno frecuentemente, después de la reflexión, descubre los medios de salir de una dificultad supuestamente insuperable, y tiene el valor de continuar la contienda hasta el final, con esperanzas de victoria por nuestra propia habilidad o, por lo menos, de obtener un mate ahogado por la negligencia de nuestro adversario. Y quienquiera que considere, lo que en ajedrez es común ver, que logros exitosos son pueden producir la presunción, y su consecuencia, la falta de atención, frecuentemente debe su derrota a su ventaja anterior, mientras que las desgracias producen más cuidado y atención, por las cuales la pérdida se puede recuperar, y se aprenderá a no estar demasiado desanimado por el presente éxito del adversario, ni a desesperar por la buena fortuna final, por cada pequeño jaque que reciba en su persecución. Que podamos, por lo tanto, ser inducidos más frecuentemente a elegir esta diversión beneficiosa, en preferencia a otras que no tienen las mismas ventajas, cada circunstancia que pueda aumentar los placeres hacia su práctica se debe considerar; y cada acción o palabra que sea injusta, irrespetuosa, o que de alguna manera pueda dar intranquilidad, se debe evitar, siendo contraria a la intención inmediata de ambos jugadores, que es pasar el tiempo agradablemente. Por lo tanto, antes que nada: si se concuerda en jugar según las reglas estrictas, entonces esas reglas deberán ser observadas exactamente por ambos bandos.

En segundo lugar, si se concuerda en no observar las reglas exactamente, pero un bando demanda indulgencias, entonces debe estar dispuesto a permitirlas al otro. Tercero. Ninguna jugada ilegal debe ser hecha jamás para salir de una dificultad, o para ganar una ventaja. No puede haber placer en jugar con una persona a la que alguna vez se detectó en tales prácticas injustas.

Cuarto. Si su adversario se tarda en jugar, usted no lo debe apurar, ni expresar ninguna intranquilidad por su demora. No debe cantar, ni silbar, ni mirar su reloj, ni tomar un libro para leer, ni golpetear con sus pies en el piso, ni con los dedos sobre la mesa, ni hacer ninguna cosa que pueda perturbar su atención. Porque todas estas cosas desagradan; y ellas no muestran su habilidad para jugar, pero sí su astucia u ordinariez.

Quinto. No debe intentar entretener y engañar a su adversario fingiendo haber hecho malas jugadas, y diciendo que usted ahora ha perdido el juego, para que él se sienta seguro y se descuide, y esté poco atento a sus estratagemas; porque esto es un fraude y engaño, no habilidad en el juego.

Sexto. No debe, cuando ha ganado una partida, utilizar cualquier expresión triunfante o insultante, ni demostrar demasiado placer; pero debe intentar consolar a su adversario para que quede menos disconforme, con cualquier expresión civilizada que se puede utilizar con la verdad, tal como, “Usted entiende el juego mejor que yo, pero es un poco desatento; o, “Usted tuvo mejor juego, pero algo sucedió para desviar sus pensamientos, y eso jugó en mi favor.”

Séptimo. Si usted es un espectador mientras otros juegan, observe el más perfecto silencio: porque si usted da un consejo ofende a ambos jugadores; aquel contra quien usted lo da, porque puede causar la pérdida de su juego; y el otro, a quien favorece, porque, aunque sea bueno, y él lo sigua, pierde el placer que podría haber tenido, si le hubiera permitido que él pensara hasta que se le ocurriera. Aún después que una jugada o varias, usted no debe, moviendo las piezas, mostrar cómo se podría haber jugado mejor: porque desagrada, y puede haber disputas o dudas acerca de la verdadera posición. Toda charla con los jugadores disminuye o desvía su atención, y es por lo tanto desagradable: ni le debe dar la mínima pista a algún jugador, por cualquier clase del ruido o movimiento. Si usted lo hace, es indigno de ser un espectador. Si usted tiene en mente ejercitar o mostrar su juicio, hágalo al jugar su propia partida cuando tenga una oportunidad, no en criticar, o entrometerse, o aconsejar en el juego de los otros.

Por último. Si el juego no fuera jugado rigurosamente según las reglas ya mencionadas, entonces modere su deseo de victoria sobre su adversario, y sea agradecido con alguien que lo supere. No aproveche con ansia cada ventaja ofrecida por su inhabilidad o falta de atención; pero indíquele amablemente, que con esa jugada coloca o deja una pieza amenazada y no defendida; que con esa otra pondrá a su rey en una situación peligrosa, etc. Por esta generosa cortesía puede suceder verdaderamente que usted pierda el juego con su adversario, pero usted ganará, lo que es mejor, su estima, su respeto y su cariño, junto con la aprobación silenciosa y buenos deseos de los espectadores imparciales.