La belleza de los sentidos


Ilustración: Belén Serra Delmar
Ilustración: Belén Serra Delmar

“En 1998, la Dirección Nacional del Régimen Penitenciario de la República de Bolivia recibió una carta firmada por todos los presos de una cárcel del valle de Cochabamba. Los presos pedían a las autoridades que tuvieran a bien elevar la altura del muro de la prisión, porque los vecinos lo saltaban fácilmente y les robaban la ropa que ellos colgaban a secar en el patio. Como no había presupuesto disponible, no hubo respuesta. Y como no hubo respuesta, los presos no tuvieron más remedio que poner manos a la obra. Y alzaron bien alto el muro, con ladrillos de barro y paja, para protegerse de los ciudadanos que vivían en los alrededores de la prisión”.

En una entrevista, Eduardo Galeano decía que desde muy chico siempre estuvo del lado de los que perdían, porque estos siempre tenían algo interesante que decir, porque como dice la canción, si la historia la escriben los que ganan quizá pueda existir otra historia…

Hoy los grandes medios de comunicación hablan más  por lo que callan que por lo que dicen, esos silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad.

¿Y si eso que estamos acostumbrado a escuchar no es tan así? ¿Si los malos por un instante no son tan malos? ¿Y si esos que se dicen buenos, y levantan banderas contra los desposeídos y alzan su voz por los “sin voz” llegaran a ser funcionales al sistema? El camino de la lucidez es complejo. Requiere pensar y requiere de belleza en el sentir.

Es indescriptible la belleza de los lúcidos y más aun de aquellos lúcidos que hablan y hacen… a estos hay que cuidar.

Hay cosas tan instaladas que no se nos ocurren preguntarnos, como Galeano, que se preguntó si Adán y Eva fueron negros…pero aparece el temor, siempre el temor de reconocernos en lo que pasó, ese temor de vernos en el pasado… un temor estúpido sin sentido. Un temor que nos deja mudos, y quien no habla no pregunta y quien no pregunta, y no se entera…

El sentido común pasa a ser el más difícil de los sentidos y a su vez se ha convertido en el más sensual.

Y yo me pregunto entonces ¿Por qué tengo que pagar la deuda del que me endeudó? ¿Por qué tengo que impedir que los que son dueños legítimos de las tierras sean quienes no pueden ni sembrarlas y menos cosechar sus frutos? ¿Por qué los que prometen frente a un dios y una constitución defender la patria, la venden? ¿Por qué no puedo reclamar el sueldo que le pago con mi esfuerzo? ¿Por qué tengo que con mis impuestos pagar las publicidades con la que nos engañarán una vez más? ¿Por qué los poderosos siguen plagiando a los “brutos” y yo les sigo creyendo, acaso esta actitud no me hace cómplice?

Eduardo Galeano más adelante nos cuenta sobre los esclavos, el oro y su desenlace:

Potosí, Guanajuato y Zacatecas comían indios. Ouro Preto comía negros. En suelo español, rebotaba la plata que venía del trabajo forzado de los indios de América. En Sevilla, la plata estaba de paso. Iba a parar a la panza de los banqueros flamencos, alemanes y genoveses, y de los mercaderes florentinos, ingleses y franceses, que tenían hipotecada la corona española y todos sus ingresos. 

Sin la plata de Bolivia y de México, puente de plata que atravesó la mar, ¿habría podido Europa ser Europa? 

En suelo portugués, rebotaba el oro que venía del trabajo esclavo en Brasil.

En Lisboa, el oro estaba de paso. Iba a parar a la panza de los banqueros y los mercaderes británicos, acreedores del reino, que tenían hipotecada la corona portuguesa y todos sus ingresos. 

Sin el oro de Brasil, puente de oro que atravesó la mar, ¿habría sido posible la revolución industrial en Inglaterra?

Y sin la compra y venta de negros, ¿habría sido Liverpool el puerto más importante del mundo y la empresa Lloyd’s la reina de los seguros?

Sin los capitales del tráfico negrero, ¿quién hubiera financiado la máquina de vapor de James Watt? ¿En qué hornos se hubieran fabricado los cañones de George Washington?

Entonces ¿Por qué tengo la obligación  de creer en el silencio como única respuesta? ¿Hasta cuándo vamos a proveer a la “belleza” de los otros? ¿Hasta cuándo?

Nací creyendo en la gente, en mi hermano, en mi par, por más que me equivoque una y otra vez, refutaré hasta el cansancio que juntos lo podemos todo y que el individualismo no hace ni sombra.

Yo creo en tu belleza, tu diversidad tu autonomía. Permitite dudar de la historia repetida, la historia fácil, la instalada. Lo sé, tanta libertad duele por su hermosura pero esta ahí para nosotros. Ahora es cuando.

Gracias por el tiempo
Que disfruten de la partida.

Ilustración: Belén Serra del Mar