Los árboles mueren de pie


Los árboles mueren de pie

Desde la ciudad de 9 de julio, provincia de Buenos Aires, nos escribe la talentosa escritora Adriana Romano Los árboles mueren de pie* Por Adriana RomanoPeter Pan es ese personaje de la literatura infantil que no quiere (o no puede) crecer porque ha perdido su sombra. En realidad no la ha perdido, se le ha independizado. Cuando Peter avanza hacia la derecha, la sombra va hacia la izquierda o salta y se enrosca en cualquier rama de árbol, hace piruetas sobre la pared, independizada del cuerpo. Se escapa. Peter vive persiguiéndola, desea su sombra porque sabe que sin ella nunca será completo, nunca será un adulto. Caminando por 9 de Julio este verano caluroso, en el que he decidido pasarlo en casa de los míos, más de una mañana me he sentido Peter Pan intentando desesperadamente alcanzar un retazo de sombra que me dé sosiego. ¿Qué ha ocurrido con los árboles, con la sombra frondosa de los plátanos, los tilos, las acacias de mi pueblo? ¿Quién los quitó para poner en su lugar maceteros fuera de tono, árboles de jardín podados de formas extravagantes, con poca copa y muchas flores, palmeras insólitas, extranjeras a la pampa, a las que habrá que esperar añares para que lleguen, si lo logran alguna vez, a sombrear un pequeño espacio del pavimento hirviente?Caminar por 9 de julio es una aventura calurosa y angustiante en busca del pasado sombrío y agradable que el pueblo fue en materia de árboles. Es ver, cada tanto bajo el sol ardiente, un árbol frondoso en la próxima cuadra y desear con desesperación llegar a esa isla de sombra para refrescarse bajo su copa. Supongo que hay muchos responsables de este deterioro: el Estado Municipal en primer término y nosotros, los ciudadanos, en primer término también.Desconozco el nombre de quien está a cargo de la forestación de la ciudad. ¿Es una secretaría, un equipo, una sola persona? No lo sé. Pero me gustaría saberlo, conocer sus planes, los objetivos que persiguen, los proyectos que los alientan, las dificultades que enfrentan para cuidar, para proveer de sombra, de espacios verdes a la ciudad. Los imagino preocupados por la situación, con ideas para aportar, con interés en mejorar este estado de cosas. Si es así, quiero ayudarlos. Como desconozco la política “verde” de esta municipalidad, me abstengo de opinar al respecto pero me gustaría enterarme qué se está haciendo (no he visto un solo cartel en defensa de los árboles).Me desorienta la anemia cívica, ¿se cura?Sí conozco y puedo opinar sobre los otros responsables: nosotros. ¿Qué nos pasó? ¿De dónde este desprecio por los árboles? ¿Viajamos mucho a Miami y volvimos con ideas que funcionan en ciudades que tienen otra geografía, otro clima, otra tradición? ¿A quién se le ocurrió sacar los árboles para poner en su lugar maceteros funestos con arbustos mal cuidados para que se luzcan en la vidriera las zapatillas, los jeans, los electrodomésticos? ¿Y qué pasa con el que mira la vidriera, qué le ofrecemos? ¿El aire acondicionado del interior –pase y compre, por favor. Acá está fresco, pero compre-? ¿Por qué no haber dejado los árboles y correr los maceteros contra las paredes franqueando las entradas? ¿Cómo es posible haber olvidado ese destino de pampa gringa sembrada de arboledas que nos protegían del viento, del sol, y hacían más vivibles los años de sequía? Porque la sombra es democrática. No distingue, le sirve al dueño de casa y también a los que pasan, a los que trabajan, a todos. ¿Cómo se nos ocurre poner un arbusto con flores en lugar de un árbol? ¿No nos enteramos que el planeta entero habla del calentamiento global? ¿Cómo acompañamos la educación de nuestros chicos, cuando en la escuela estudian ecología y el árbol de la vereda ha desaparecido? La vereda también como la sombra es de todos, no es un territorio privado en el que uno hace lo que quiere, porque si lo fuera sacaríamos la mesa de la cocina y el televisor a la calle. Pienso: ¿y si empezáramos por nuestro barrio? ¿Si nos comprometiéramos en cuidar ese mínimo espacio comunitario, contar los árboles que faltan, ver el estado en el que están los otros, hablar con los vecinos?Cuando Wendy, amiga y compañera de aventuras de Peter Pan, le dice al final del cuento que ya no quiere seguirlo, que ella ha aceptado crecer y que por eso ha envejecido. Peter la mira desde sus ojos eternamente niños, eternamente irresponsables, y se va porque ha entendido que crecer es hacerse cargo y él no está dispuesto a recuperar su sombra. Pienso: una comunidad prolonga su infancia cuando sólo disfruta de los beneficios y desconoce las obligaciones, cuando el deseo particular está siempre por encima de la necesidad común, cuando no distingue con claridad que hay cosas que son de todos (bien común, que le dicen).Camino por las calles de un barrio construido por alguno de esos institutos de la vivienda, ni un árbol; acalorada llego al centro, no hay respiro. Mirando vidrieras bajo la sombra insuficiente de los toldos de plástico recuerdo el título de esa extraordinaria novela de Abelardo Arias: “Álamos talados”, así me suenan Libertad, La Rioja y algunos tramos de Córdoba y Mitre; frente a la plaza Belgrano se me impone otro título, esta vez de una obra de teatro de Alejandro Casona que leímos tantas generaciones en el colegio: “Los árboles mueren de pie”. Y siento que nuestros tilos queridos, esos que a principios de diciembre nos anunciaban el verano, se están muriendo con una dignidad que abandonamos, y que desde su altura anciana y enferma parecen señalarnos que no es posible el olvido y la resignación y que para crecer como comunidad, para abandonar la infancia imprudente y fuera de tiempo que hemos elegido, al menos debemos empezar por ocuparnos en recuperar la sombra. *Adriana Romano: Maestra y Licenciada en Letras. Hizo una maestría en Literatura Española en Madrid. Enseña, dirige varios Talleres Literarios y escribe textos de análisis y crítica literaria para Editorial Colihue. Es autora entre otros de “Servidumbre de paso” colección de cuentos, premiada por la Fundación Victoria Ocampo, que actualmente es un éxito en España.  Antonio Muñoz Molina , escritor y miembro de la Real Academia Española , declaró: «La calidad de lo que escribe es muy alta. Sus relatos me parecen espléndidos y originales. Estuve tan sumergido en ellos como si fueran una novela».